Salud mental y la huella invisible de cuidar a otros

jueves, 14 de noviembre de 2024

Por: Marycarmen Rubalcava Oliveros y Luisa María Kiautzin Crespi Tellitud Para: Animal Político

Ella cuida la vida y a quienes están en ella. Cuando baña a su papá que ya no puede caminar, cuando se quedó a acompañar toda la noche a su mamá en el hospital, cuando calma con medicamentos las crisis de su hijo, cuando prepara la comida, cuando deja de trabajar para dedicarse a su familia o cuando tiene que llevar a su hijo a la oficina porque no hay quién le cuide. Y de pronto, hay momentos en los que se siente cansada, sobrepasada y se pregunta quién cuida de ella y cuándo tendrá tiempo de cuidarse a sí misma.

“Ella” puede ser cualquiera de nosotras, pues la organización actual de los cuidados recae sobre todo en las mujeres. De acuerdo con la Encuesta Nacional para el Sistema de Cuidados (ENASIC, 2022), el 75% de las personas dedicadas a los cuidados son mujeres, quienes dedican en promedio 38.9 horas por semana a esas actividades. Casi una jornada laboral que, de hecho, no se reconoce como trabajo. Aun cuando 77.8% de personas son susceptibles de ser cuidadas (ENASIC, 2022), los cuidados en México siguen sin ser parte central de una política pública aprobada y con presupuesto.

Existen muchas razones por las que el cuidado ha recaído mayoritariamente sobre nosotras. Primero, porque la construcción del género ha dictado que a las mujeres se les da “naturalmente” el cuidado. Luego, el supuesto de que el cuidado es privado y, por tanto, de casa. Finalmente, porque, en la mayoría de los casos, si no cuidamos nosotras, entonces no hay quién cuide. Nos referimos a que no hay mecanismos ni un sistema que permitan que las tareas se distribuyan, en donde los hombres puedan realmente ser partícipes y el Estado y los centros de trabajo promuevan servicios de calidad públicos que cuiden a quien lo necesita.

La ausencia de una estructura y red de cuidados pública, aunada a la carga mental y física de las cuidadoras como únicas responsables de las actividades, genera una profunda desigualdad para el desarrollo y autocuidado de las mujeres. En México, el  40% de las mujeres cuidadoras reportan cansancio, y un porcentaje significativo también experimenta disminución del sueño, irritabilidad, depresión y problemas físicos (ENASIC, 2022). En comparación con los padres, en una escala del 0 al 6, las madres trabajadoras “presentaron un nivel de 3.071 de agotamiento por encima del 2.3 de los hombres”(EFE 2023).

La salud mental de las cuidadoras en nuestro país está marcada por desigualdades de clase y pobreza, pues son las mujeres de menores ingresos quienes asumen la mayor carga de cuidados no remunerados. Según el CONEVAL (2023), el 54% de las personas en pobreza son mujeres, muchas de las cuales realizan jornadas de cuidado extenuantes sin apoyo ni recursos. Estas cuidadoras enfrentan mayores niveles de estrés y ansiedad, perpetuando ciclos de pobreza y desigualdad.

En general, el tema de salud mental ha estado invisibilizado cuando se habla de cuidados, porque aunque se trata de sostener la vida, pocas veces hablamos de cuando se nos está cayendo a cachos. La culpa, porque hemos sido socializadas para cuidar y admitir que no podemos (o no queremos) es una sentencia a ser leídas desde el egoísmo; el estigma hacia las enfermedades mentales (como la depresión o el burnout);  la ausencia de un Sistema Nacional de Cuidados son solo algunos de los puntos que nos siguen haciendo preguntarnos ¿quién cuida a quienes cuidan y cómo nos podemos cuidar?

Se trata de repensar el derecho al cuidado desde sus dos dimensiones: como actividad dirigida hacia alguien y también desde quienes lo ejercen, pues tiene un impacto en la salud de quienes cuidan. El cuidado no se ejerce solo “por amor”, eso sería subestimarlo. Es una actividad que sostiene la vida y como tal, hay que darle la importancia que merece  en la agenda pública.

Así que no dejemos de hablar del cuidado. Abanderemos el acceso al cuidado como un derecho que no se puede solo privatizar, pues reforzaría desigualdades. Abracemos medidas que contribuyan a un buen estado de salud mental de las cuidadoras,  porque su vida también importa, no solo la de aquellas personas a quienes cuidan. No dejemos de cuidar, pero propongamos hacerlo con apoyo social e institucional. Hay que impulsar agendas que promuevan una verdadera corresponsabilidad entre hombres, mujeres, Estado, trabajo y familia a través de políticas de licencias, horarios flexibles para cuidadores que trabajan y campañas de sensibilización hacia las actividades de cuidado.