El día que me robaron la paz

martes, 11 de junio de 2024

Por: Liliana Alvarado Para: Opinión 51

Hace ya casi cuatro meses fui víctima de un robo de identidad. Me enteré tras recibir una serie de avisos en mi correo electrónico en los que se confirmaba la realización de altas patronales ante el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS). En un primer momento pensé que los correos eran apócrifos, pues para mí no tenían ningún sentido y en el pasado ya había recibido correos falsos de parte del Servicio de Administración Tributaria (SAT), Correos de México, la Fiscalía General de la República, Amazon, Microsoft, entre muchos otros. Como de costumbre, intenté verificar la validez de las comunicaciones antes de borrarlas.

Para mi sorpresa, en esta ocasión los correos atendían a movimientos que efectivamente se hicieron sin mi consentimiento ante el IMSS y otras dependencias. En resumidas cuentas, no solo se realizaron las altas patronales, sino que también se creó a mi nombre una empresa del tipo Sociedad por Acciones Simplificadas (SAS), de esas que, conforme a la misma página de la Secretaría de Economía, se constituyen en 24 horas, de forma gratuita, por medios electrónicos, y sin intervención de notario público. 

En un “abrir y cerrar de ojos” me encontré involucrada en una situación extremadamente grave. No se necesita mucha astucia para saber que en este país se crean todos los días empresas con el fin de realizar fraudes. ¿Quién no ha oído de las empresas fantasma que se utilizan para emitir facturas falsas, lavar dinero, contratar créditos bancarios o desviar recursos? Instantáneamente, vino a mi mente la posibilidad que la empresa de la que me hicieron socia y representante legal podría efectuar todos esos delitos en paralelo. Las preguntas que me hacía en un inicio, presa de la desesperación, eran: ¿qué se hace en estos casos? ¿cómo pruebo mi inocencia? ¿quiénes son los expertos en la materia? ¿cómo borro los registros patronales y obligaciones generadas?  Pensaba en voz baja: “necesito ayuda”. 

Después de hacer un par de llamadas, levanté una denuncia y avisé de inmediato a todas las dependencias de lo ocurrido. Pensé, inocentemente, que se entendería la situación y que ellas mismas estarían interesadas en tomar acciones para frenar los posibles actos ilegales. Para mi sorpresa no fue así. Ya sea por quitarse un oficio más de encima o por desidia, me dieron respuestas que en su mayoría no consideraban el robo de identidad como el origen del problema. Las instituciones, que en mi opinión deberían ser las primeras interesadas en resolver estos casos, me trasladaron toda la carga y la responsabilidad, sin importar que, por ejemplo, los créditos fiscales (adeudos) con el IMSS aumentan sin freno alguno. 

Como experta en políticas públicas, si yo estuviera del otro lado, atendería la problemática con un enfoque que promoviera mejoras en los mecanismos de control al interior de las dependencias, para que, en casos como este, se frenen de tajo las acciones delictivas.

En el camino, he logrado entender que el problema tiene varias aristas (penal, civil, laboral, administrativa, etc.). Cada abogado analiza el caso desde su óptica y es muy complicado encontrar a uno solo que brinde una solución integral. Esto se traduce en la necesidad de contratar un despacho en donde haya expertos en las diversas materias, lo que conlleva además, una merma al bolsillo. Contrario a lo que se dice, la justicia en este país no es gratuita y si quieres que avance tu caso, debes asesorarte adecuadamente. Ahora entiendo que este proceso será largo y desde el primer día ha sido extremadamente desgastante, pues implica una especie de disputa entre el aparato gubernamental y una ciudadana cualquiera.

A nivel personal el problema tiene otras implicaciones. En estos casos resulta fundamental controlar la mente para que el estrés no se transforme en un problema físico (lo cual intento hacer a diario con poco éxito). La sensación de intranquilidad no ha cesado y por eso continuó preguntando a los abogados una y otra vez: “¿verdad que voy a estar bien?” y “¿cuándo crees que todo esto acabe?” Cada que lo hago recuerdo esos momentos de mi infancia en los que había situaciones que me angustiaban y, para solucionarlas, me acercaba a mis padres con preguntas similares en busca de consuelo, alivio y protección. En ese entonces siempre funcionaba. En la vida adulta todo cambia y cada uno es responsable de encontrar la paz en medio del caos.